Esta vez nuestra ruta recorrerá uno de los rincones más bellos de Gran Canaria, la ruta del Tajinaste azul, que florece en los meses comprendidos de marzo a mayo. Este paseo ofrece al senderista una oportunidad única de disfrutar de uno de los endemismos de Gran Canaria. Durante el trayecto, pueden observarse ejemplares de más de dos metros de altura, en forma ya de árboles.
Para acceder a este enclave, tomamos la carretera de Los Picos que sube del municipio de Telde hasta el Pico de las Nieves, por la GC-600, y nos detendremos en el lugar señalizado como 'Caldera de los Marteles'.
Ver mapa más grande
El sendero comienza justo en el otro lado de la carretera opuesto a la Caldera de los Marteles. Está señalizado con un cartel indicativo, por lo que no debería haber problema. Antes de iniciar la ruta, vale la pena pararse a contemplar la Caldera. Con sus 500 metros de diámetro y 80 de profundidad, es un testigo mudo de las últimas erupciones de la isla, y forma parte de la erupción del Roque Nublo. Se calcula que debe tener entre unos 12.000 a 15.000 años.
Partimos sendero abajo por el sendero de la izquierda, ya que existe otro a la derecha, un poco más alejado de la Caldera. Seguimos por la cómoda pista de tierra que serpentea observando a lo lejos el Roque Grande de Tenteniguada, que nos protegerá de las ocasionales nieblas que se forman en este barranco. Los tajinastes azules no tardan en aparecer ante nosotros. Seguimos paseando y admiraremos el barranco que se abre hasta Tenteniguada. Las flores están en su apogeo, por lo que la explosión de color está asegurada. Margaritas, manzanillas salvajes, así como los tajinastes y amapolas conviven en equilibrio, regalándonos unas hermosas vistas.
Nuestras amigas las abejas
Como ya hemos dicho antes, esta ruta tiene riesgos para todas aquellas personas alérgicas a la picadura de abeja. En este tramo existen muchas, por lo que se recomienda la básica de "no las molestes, y ellas no te molestarán". Por ello, hay que seguir una serie de conductas de sentido común; no acercarse demasiado a ellas, no espantarlas, no arrancar flores donde ellas estén, y, en general, no perturbarlas.